Nunca pude saber a ciencia cierta si sus pensamientos rondaban los míos. Al menos, yo creía que lo hacían, que lo hacíamos. Solíamos correr, amábamos hacerlo. ¿Ves esa estrella? Hoy no pude escribir, tenía la cabeza volada. ¿Y ahora a dónde vamos? Así cada noche. Mis pulsaciones, mis conexiones se unían al compás de los suyos, se creaban, se correspondían; ambos fluían en armonía. La música ayudaba, no cabía duda.
En realidad, lo amaba.
A T S O G N A I
T A G O S I N A
S A O I N A T G
A
A
A
Así cada noche. Correr sin parar. Tratar de no tropezar. Sentir el fuerte viento contra mi rostro, la frescura de la noche, el gran manto oscuro que nos cubría y nos rodeaba. Yo lo sentía; él no. Sin embargo, Santiago confiaba en mí: yo era su guía.