Caminé hacia el mueble que guardaba una bolsa de regalo. El polvo advertía los años que llevaba encima, como si su contenido fuese un testigo silencioso de los momentos no compartidos. Los guardé por años; desde la última vez que te vi y ya no te reconocía. Sabía que había llegado el momento en que la ausencia de tus palabras se volvía palpable, dejando solo vagas memorias que resonaban en mi mente como el coro de alguna canción que me recordaba a ti.
Por eso ya no quiero ir al mar.
Ya no quiero ir al mar.
Ya no quiero ir al mar.
Esa canción siempre viene a mí cuando quiero quedarme dormida.
No fue mi acto más ético, pero estaba desesperada. No quería dejarte. No quería que te fueras. No quería no saber de ti. Cuando me fui, los escondí entré mis pertenencias y los llevé conmigo. Descubrí su ubicación de forma accidental mientras husmeaba por tu habitación en busca de un cajón adicional para mi ropa. Y ahí estaban, como tesoros olvidados al fondo del cajón. Palabras y palabras provenientes de lo más profundo de tu mente; de ese espacio enigmático en tu cabeza que nunca supo si me quería o me aborrecía.
Me sumergí en la lectura como si estuviera desentrañando los misterios del universo; un libro que me revelaba secretos de algo que tal vez no quería conocer. No se parecía a una lectura de cartas, ni a ver el futuro; se asemejaba más a una plática íntima, de esas que tienen lugar después de la media noche. Al llegar al segundo diario, me di cuenta de que abarcaban aproximadamente un año entre los tres que te robé. Busqué ansiosa el registro de mi cumpleaños. Nada. Lo olvidaste como si mi presencia en tu vida fuera apenas un recuerdo difuso como lo son los sueños al despertar. Quizás fue mi culpa por aferrarme a la ilusión de ser importante para ti, a pesar de que me lo dijiste de una y mil maneras: en la jerarquía de tu cariño no hay espacio para mí.
No te preocupes, estamos a mano. A veces olvido que has muerto, especialmente cuando se acerca la fecha. Pero lo olvido conscientemente. Lo olvido porque quiero; porque sigo sintiéndome perdida al no tenerte a mi lado para sostenerme, y mucho menos para decir que lo sientes; para oírte decir que me quieres y que te duele que me duela. Todavía quiero escuchar tu voz diciéndome que todo va a estar bien.
A pesar de todo, sigo buscando consuelo entre tus líneas. Aunque no haya nada para mí en ellas.
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