Era una mañana fría y lluviosa en París. Sofía, una joven escritora, se apresuraba por las calles mojadas, buscando un refugio donde tomar un café caliente. Se detuvo frente a una pequeña cafetería llamada Cannelé.
Al entrar, el aroma del café recién hecho la envolvió. Se acercó a la barra y pidió un café con leche y un croissant. Se sentó en una mesa al lado del ventanal y observó a todas las personas que pasaban por ahí: algunos leían el periódico, otros charlaban animosamente, y otros simplemente observaban las calles parisinas a través de los cristales empañados.
Un par de minutos después, el camarero se acercó para entregarle su orden. Sofía apenas probó el café y juró que era el mejor de su vida. De ahora en adelante iría a ese lugar. La cafetería era muy acogedora y familiar. Se preguntó si sería un buen lugar para escribir, ya que había viajado a París para buscar inspiración para su próxima novela.
Mientras comía su croissant, se fijó en un hombre que estaba sentado en la mesa de al lado. Era joven y atractivo; con el pelo castaño y los ojos celestes. Llevaba una camisa blanca y una chaqueta negra. Tenía su computadora abierta y tecleaba con rapidez. Sofía se preguntó qué estaría haciendo. ¿Sería también un escritor? ¿O quizás un periodista? ¿O un estudiante? Su intensa curiosidad por el chico despertó en ella el deseo de hablarle. Se levantó y se acercó a su mesa.
—Hola. Disculpa, pero vi que estás escribiendo algo. ¿Puedo preguntarte qué es? —preguntó sonriente.
El hombre levantó la vista y la miró. Le devolvió la sonrisa.
—Hola. No me molestas, al contrario. Estoy escribiendo una novela de suspenso.
Sofía se sorprendió.
—¡Qué coincidencia! Yo también soy escritora —respondió Sofía entre risas.
Cautivado por lo que le acababa de revelar la chica que tenía enfrente, se dispuso a continuar la conversación.
—¿En serio? ¿Qué tipo de novelas escribes?
Sofía le contó que escribía novelas románticas, y que estaba trabajando en una ambientada en París. El hombre le dijo que él escribía novelas de suspenso y que estaba participando en un concurso literario. Se presentó como Mateo. Sofía le tendió la mano y Mateo la estrechó con gusto.
—Encantado de conocerte, Sofía —guardó silencio por un instante—. ¿Te gustaría sentarte conmigo y charlar un rato?
Sofía aceptó y se sentó junto a él. Empezaron a hablar de sus gustos literarios, de sus proyectos y de sus sueños. Descubrieron que tenían muchas cosas en común y que se llevaban muy bien.
El tiempo pasó volando. La noche llegó y la lluvia cesó. Se despidieron sabiendo que ambos deseaban volver a verse. Sofía pensó que quizás había encontrado su inspiración.