La nula monotonía de una cita sobre ruedas

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Todo transcurrió una mañana dominical. Como era la costumbre, después de incontables días, volvíamos a tener una cita sobre ruedas. Luego de unos cuantos kilómetros recorridos, decidimos parar a la sombra de un pequeño árbol en medio de una montaña. Aparcamos las bicicletas, me quité el casco y me senté a su lado; pude percibir su respiración en calma envolviendo cada parte de mi ser. Tal vez esa percepción fue la culpable de terminar en sus brazos, de envolver su espalda y acercar mi rostro a dos centímetros del suyo. Sin nada más que decir, nuestros labios se buscaron y se encontraron. En ese momento el viento sopló de una manera sutil, como invitándonos a dejar que se llevara el tormentoso pasado que vivimos, nuestros desaciertos; esas heridas que aún no cicatrizan del todo.

Después de aquel beso, permanecimos en silencio, recostados con los ojos cerrados,  escuchando al vientoque agitaba las hojas de aquel árbol. Como insistiendo en que aceptáramos su invitación a soltar lo que nos desunía.

No tengo la certeza de que la hayamos aceptado por completo, pero algo era seguro: al estar así de cercanos, tan solitarios y envueltos en tranquilidad, nos sentíamos en casa. Era como si jamás hubiéramos pasado meses lejos el uno del otro. Pensé que el sentimiento de profundo amor que se construyó pasito a pasito seguía intacto. Ninguno de los dos se había atrevido a desmoronarlo, pues el ritual que nos inventamos salió perfecto: extendió su brazo para que me recostara en él, e inmediatamente busqué su pecho para acurrucarme y escuchar sus latidos; coloqué una mano sobre su abdomen y posé una pierna sobre la suya. Una vez hecho esto, el ritual surtía efecto y nos fusionábamos para ser uno solo.

En nuestra estancia sobre aquel pasto fresco y húmedo, rozando su mano y con los ojos cerrados, solamente podía pedir que el tiempo sucediera despacio, que los minutos duraran más de sesenta segundos para que las 2:00 pm llegaran tarde. La hora elegida para la despedida. Sin embargo, nada pudo detener su puntual llegada. Tuvimos que separar caminos y volver a nuestras rutinas; pero esta vez con una dosis de felicidad y una pizca de nostalgia que nos acompañarán por varios días hasta concretar un próximo encuentro a dos ruedas.

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