La oscuridad es mágica, esotérica y reflexiva. Las horas pasan lentamente y el tic tac del reloj se demora en sonar. La noche me acoge y las estrellas me muestran un rumbo sin final.
El reloj suena a las tres de la madrugada. He inundado mi cuarto con lágrimas… Las emociones parecen brotar de mi interior y observo siluetas delgadas, despampanantes y relucientes al interior de mi cuarto. Aparecen acompañando a los conflictos internos de mi ser.
—¿Quiénes son? ¿Qué necesitan de mí?
Se manifiesta el silencio. Vuelvo a preguntar.
—¿Quiénes son? ¿Qué necesitan de mí?
—¡No tengas miedo! —susurra el viento en mi oído.
Mis expresiones faciales demuestran temor, me tiembla el cuerpo y la piel se me eriza. Trato de levantarme de mi cama y huir de las tinieblas, pero todo es en vano porque me detuvieron con un estremecedor murmullo.
—Y tú, ¿sabes quién eres? —dijeron para después esfumarse como la espuma de las olas.
A la mañana siguiente, el sol abre mi ventana y se posa sobre mi cama. Los rayos acarician mi cuerpo y me iluminan. Mis pensamientos empiezan a bombardear mi cabeza: ¿Será oportuno escribir? ¿Es necesario escribir lo que me pasó al caer la noche?
Así es, le escribí a alguien que no existía de manera física en este plano terrenal. Le escribí a las tinieblas… a las tinieblas que empantanan mi ser.