Lo que escribí para alguien que no existía

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Es fácil para alguien que siempre ha experimentado el amor a través de los ojos de otras personas y no de los suyos, entrar en esta especie de juego de escribir para alguien que no existe, para ese alguien que deseamos con todas nuestras fuerzas que sea real, pero no lo es; para ese alguien que, de alguna manera, siempre está ahí sin estarlo.

Yo te veo siempre que puedo. No, no me refiero a la forma en la que los niños ven a sus amigos imaginarios. Yo te veo cada que cierro mis ojos antes de dormir, te veo cuando me siento sola y quiero la sensación de compañía, te veo en cada letra de las canciones románticas que me gustan y jamás he dedicado a nadie, te veo en los libros de poemas de amor, te veo incluso en los libros que no son de amor, te veo en cada café que visito y te siento en la playa junto al mar, junto a esa cálida sensación de paz que te brinda el sonido de las olas.

Para alguien que nunca ha experimentado ese tipo de amor —me refiero al amor romántico de pareja—, parece sentirse como si estuvieras en otro planeta, uno en el que tienes la certeza de saber que te van a elegir sin importar qué, en el que puedes recostarte junto a esa persona si tienes un mal día, y con el que puedes tener aventuras que no tendrías con nadie más.

Es fácil enamorarse de alguien que no existe pero que, a la vez, se siente muy cercano. Como ese personaje literario que te ha acompañado durante mucho tiempo y que sabes que, si existiera, sería tan increíble como lo es entre las páginas de su historia. Esto es para ese tipo de personajes.

Yo sé que existes entre libros y existes en mí. Eres tan real como yo quiero que seas.

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