Príncipe

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Estoy asustada y fría:

te has marchado y me has dejado aquí.

 

La luna baja y mancha las flores

con luz muerta y cenicienta;

mientras surcan el cielo

fantasmas de lechuzas

volando hacia la urbe silenciosa.

 

Te busco sin verte.

Te siento sin tenerte.

Mis dedos se abrazan a cada una de las fibras

del césped que alguna vez fue estanque gris.

 

El árbol del jardín

no es más que una sombra oscura

(y me llama).

 

Mi piel bañada por una luz sin nombre

abraza su corteza transparente y marchita

que cobra vida con el canto de las ranas.

 

Entonces apareces,

subsumido en las aguas,

perdido entre los lirios

y con un jacinto en el ojal.

 

En tu cabeza, una corona.

Tu cuerpo envuelto por la ortiga,

tu rostro con sabor a miel.

Reconozco los rasgos de tu carne:

la piel de un rey que ha muerto.

 

Príncipe acabado,

ahogado en el estanque

antes gris,

ahora

—indudablemente—

azul.

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