Querido Miedo, me has cambiado.
Desde que convivimos no soy la misma.
Llevas quince años adyacente a mi costado,
te quedaste impregnado en mi cerebro
y no quiero pensar que será para siempre.
Me has obsequiado nudos en la garganta
y así he perdido lo que más quiero.
He tenido noches de insomnio, ansiedad, depresión;
he tocado a la muerte con la yema de mis dedos.
Me hiciste arruinar los mejores momentos de mi vida.
Y me rendí, me quedé estancada y sigo aquí.
Sé que dentro de unos días con suerte volveré
con fuerza,
con ganas,
con miedo.
Perdí amigos, personas, familiares,
por orgullo, por egocentrismo,
por errores tontos que pude no haber cometido,
pero lo hice y fracasé.
Hoy sé que podría visitar todos los museos del mundo,
viajar durante toda mi vida
y, aun así, me alcanzarías.
Siempre lo haces, a donde sea que voy.
¿No lo entienden?
Lo llevo en mi equipaje, en mis ojeras de madrugada,
en la espalda como marcas de uñas afiladas.
Lo llevo en mi respiración acelerada.
Por eso nunca digo nada.
Vuelvo a caer, soy pesimista.
Empiezo a hacerme daño.
Trato de arreglar lo que no tiene arreglo.
Trato de encajar donde no debo hacerlo.
Trato de amar cuando ellos dan menos.
Trato de no llorar, pero no puedo.
Me pregunto todos los días:
¿Qué carajos importa mi vida aquí?
¿Para qué vivir? Si voy a morir.
Mi cabeza no para y no puedo dejar de sentir.
Ha pasado casi un mes.
Aún no te has marchado.
¡Vamos! ¡Huye!
Te estoy derrotando.
Buscar ayuda, refugiarme en todo.
Volver a bailar con mi canción favorita,
chapotear bajo la lluvia, andar en bicicleta…
Regresar al tratamiento.
Ser maniaco depresiva suele ser perverso.
Hoy escribo verso al viento,
cartas al miedo y la ansiedad.
¡Oh, querido Miedo! ¡Oh, querido Miedo!
Esto es lo que siento: una triste soledad.