Una idea ocupa toda la habitación, los espacios nunca están vacíos. Retira cada objeto de la recamará y permanecerá llena del aire que respiras. Invisible, intangible, imperceptible, pero está. Pasa lo mismo con los pensamientos. Imagina tomar el aire con tus manos e intentar inútilmente que no escape entre tus dedos. ¿Cómo te aferras al aire? ¿Cómo te aferras a un recuerdo? Encontrarnos de nuevo no era imposible, aunque sí poco probable. Coincidir en el espacio virtual era mucho más sencillo; con solo un click podía escribirte, llamarte o pasarme horas stalkeando tu perfil, pero sabía que no era sano para ninguno de los dos. Tampoco sería bueno reprimir todo aquello que vibraba por debajo de mi piel, así que creé un doble de ti.
Durante los meses posteriores a tu partida, aquella réplica ocupó el vacío. Le decía todo lo que al original no podía. En su mayoría utilizaba el tiempo narrando las pequeñas anécdotas que en otro entonces te hubiera contado emocionada; pero por momentos me consumía la tristeza y pedía entre sollozos que regresaras, o gritaba con odio reclamando tu partida. A través de sesenta días desbordé mis emociones con un fantasma al que no quería dejar ir. Aquel doble no tenía la forma de tu cuerpo ni los rasgos de tu rostro. Era una idea, un recuerdo congelado en el presente al que reconstruía a diario para salvaguardar su existencia, aquella que subsistía en contra del tiempo que se empeñaba en desvanecer cada detalle de su esencia. Guardé cada objeto que compartió un momento entre nosotros, escribí nuestros encuentros con cada detalle que mi cabeza era capaz de rememorar, recopilé cada canción y mensaje intercambiados. Me convertí en el museo de una historia finita y secreta. Eras muy bueno olvidando, así que tenía que recordar por ambos. Pero al destino le gusta burlarse de tus planes.
En una ciudad de diez millones de habitantes, con espacios y horarios completamente incompatibles, en un día de la semana por demás común y aleatorio distinguí tu rostro entre la multitud de personas conglomeradas en el andén de la estación de metro Coyoacán. La idea abstracta se materializónuevamente frente a mí en forma de un hombre prácticamente idéntico del cual me despedí semanas atrás. Su mirada me encontró antes de que me fuera posible escapar. Sonrió mientras extendía una mano empuñada en señal de saludo.
De haberte encontrado de nuevo me hubiera abalanzado en tus brazos sin dudar, pero ese hombre no eras tú.