Te amé. Decir esas cinco letras tiene un significado muy fuerte. Lo sé y también lo entiendo. Entiendo la intensidad que conlleva una pequeña oración, la sensación que causaba en mí, cómo se sentía escucharla de mi voz favorita. Pero ahora entiendo que no se trataba de que dicha palabra fuera perfecta para englobar todo lo que sentía, si no de aquello que éramos y lo que transmitíamos. Éramos amor.
Te adoré. Una palabra con aun más emociones involucradas. Más fuerte que cinco letras, más profundo, porque admiraba cada parte de ti, cada emoción, cada momento, cada logro, cada triunfo; y también admiraba la persona que me hacías al estar a tu lado
Te lloré. Si contáramos cada lágrima que solté, ese sería el número de veces que te pensaba. Cada suspiro me insinuaba tu nombre, respirar me recordaba a ti; así que había momentos en que no lo hacía.
Te soñé. Podría escribir otra historia de todos los finales que nos di en mis sueños, de las veces que vi a lo que quería llegar contigo, las veces que tomaste mi cintura y yo tu cabello, las veces que tus ojos me voltearon a ver.
Te sonreí. No como lo hago siempre. Tú fuiste el dueño de mi sonrisa más sincera, más tierna, más alegre, más boba, más sexi, cada sonrisa para ti se formaba en el fondo de mi corazón.
Te abracé. Mis brazos te rodearon incontables veces, mi corazón sintió al tuyo palpitar aún más y tu perfume se guardó en mi mente.
Te besé. Algo que expresa todo: tuvimos besos tiernos, clichés, ansiosos, sexis; transmitimos todo lo que sentíamos. Mi estómago se volvió mariposas con cada uno, mi corazón se salió de mi pecho y mi respiración abandonó mi cuerpo.
Te toqué. Mis manos sintieron la electricidad de acercarse a las tuyas, memorizaron tu rostro cuando lo tomaban entre ellas, tu cabello cuando lo organizaban, tus hombros cuando necesitaban un descanso, tu torso cuando estaba herido, tu cuerpo…
Te escuché. Memoricé tu voz y rogué seguirla escuchando; memoricé tu voz más ruda, tu voz apapachada y tu voz más sexi; memoricé los «nena», los «te amo», los «amor» y tu risa.
Te extrañé. En la escala más grande, en una que ni siquiera existe. Extrañé tus «te amo», tus «te adoro», tus «te soñé», tus besos, tus abrazos, tus cariños y tu voz. Necesitaba tu presencia en mi vida y, al no tenerla, me conformé con solo destellos de ella.
Te necesité. No podría contar las veces que quería que regresaras, que me abrazaras, que me defendieras, escuchar tus «todo va a estar bien». Sin embargo, al final me acostumbre a vivir con ese sentimiento de vacío, de necesitarte en silencio, de pensarte en secreto y de amarte sin que lo supieras.
Y te olvidé.