El eco de la muerte

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Sosandro se afligía en exceso llegado el aniversario luctuoso de su madre. La muerte para él, además de verduga, era sierva. La culpa por las múltiples vidas que tomaba en nombre del orden social”, cegaba sus ojos a las manos de otros que, de igual modo, se hacen de vidas ajenas paras sus fines; pues, hasta el carnicero de la esquina, toma la vida del animal para disponerla sobre la mesa del hambriento por un precio accesible a la gran mayoría.

El animal servido sobre la mesa es silencioso en cuanto a su voluntad. La única voluntad expresada sobre él es la de otros. La de los comensales. Quienes se centran en halagar o demeritar el sabor, en una relación de interés unidireccional. Evidenciar tal hecho, solo provocaba en la mayoría de las ocasiones dos reacciones: la molestia o la autoflagelación; pero al final todos llegaban a la resignación.

Sosandro era muy consciente de ello. En su tierna infancia al lado de su madre, él devoraba los libros que ésta atesoraba, pues era su único divertimento. Su madre poseía un mal congénito en la piel que la hacía sensible al sol, por ende, pasaba gran parte del tiempo en su casa y él junto a ella para cuidarla. En cierta ocasión, leyendo las oraciones sagradas de la venerable Izanami, encontró el cántico de la mariposa negra:

Ahora que no estás a mi lado, un estornino negro que imita tu voz ocupa tu lugar. ¿A quién pretende engañar dicha avecilla, que ignora que poseo más sentidos aparte de la escucha?”

Mi corazón ahora es como el de aquella dama que afligida llora al ver caer la flor de sakura sobre el estanque. Son muchos los ingenuos que la llaman exagerada sin preguntar el motivo. Ella, que ha perdido a la madre, ve con dolor la onda provocada por la flor; es el eco de la muerte que hace cimbrar la vida. ¿Quién se atreve a proclamar que la onda desvanecida anuncia la calma, o que la belleza de la flor endulza la muerte? ¿Quién dice aceptar la muerte, cuando ella es el mal de males? A la muerte solo nos resignamos, pues no es opcional la reverencia. En este sueño parece imposible imaginar una vida sin desdicha, sin ella. Piensa la dama.

 

Tras la muerte de Lady Carmilla, su madre, Sosandro usó un velo negro decorado con estorninos y una sombrilla negra con estampado de claveles. Hizo de la muerte de su madre, el signo y santo de su propio hacer y destino.

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