Fragmentos de reverso: microrrelatos donde alguien no existía

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Como cada año, en la escuela se crean tarjetas y regalos para el día del padre. Esmeralda ya ha completado su mensaje: “te quiero mucho y te extraño, papá”. Como cada año, Esmeralda guarda las tarjetas que le hace a su padre en un cuaderno que nunca saca de casa.

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Aquella noche el amor se deslió en el silencio. Carlos no era el joven militar al que Diana enviaba cartas por mail. Carlos no sería con quien ella viviría toda la vida. Cada palabra escrita se derretía, cada adjetivo se deformaba y cada suspiro se convertía en la retención de la ironía. Carlos era un invento de las nuevas tecnologías.

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Ella se levantó de la cama y se dirigió a su escritorio. Tomó un lapicero y un cuaderno, escribió una nota que decía: “mi vida, te he dejado postre en la nevera, regreso en la noche”. Siguió con sus labores del día, el enamoramiento no le permitía detenerse en el tiempo. Finalmente se despertó con la alarma al borde de la cama y su madre la esperaba para ir al colegio.

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Era una noche de tormenta. Al niño le temblaba la mano, mientras el viento azotaba las ventanas. Sus padres le acompañaban con las luces encendidas y un poco de agua. Sorbo tras sorbo el niño les preguntaba si el espanto se metería a su casa; sus padres le respondían que no sabían cuándo terminaría el remezón contra la ventana. Mientras tanto, el niño escribía un cartel que decía: “señor fantasma tengo miedo, ¿puede por favor irse a otra casa?”

Sus padres pusieron el cartel en la ventana y se acostaron todos en la cama. Hacía más frío que miedo.

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Se enamoró de la opacidad de su reflejo en la pared. Se dio cuenta tiempo después al entregarle en persona una carta con la más precisa declaración de amor.

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Mi madre ha dejado sobre la silla del corredor que da a la calle un tumulto de ropa con un sombrero en la cima. A treinta metros de distancia, en el broche, un tumulto de niñas y niños que saludan a la persona sentada en el corredor; le piden mangos que cuelgan del frondoso árbol del patio. Al no obtener respuesta, se marchan. Regresan al siguiente día, y en su segundo intento tampoco encuentran respuesta. El tercer día las niñas y los niños elevan desde el broche una pancarta blanca con letras rojas que reza: “seño, por favor, ¿nos regala unos magos? A cambio le barremos el patio”. No hubo respuesta, se marcharon y mi mamá levantó la ropa de la silla.

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En los últimos tiempos, algunas personas durante su adolescencia realizan un proyecto de vida. Dirigen ordenadas y legibles palabras a un yo futuro que deberá seguir al pie de la letra lo proyectado. Cuando cumplen la edad de ejecución del proyecto de vida, se dan cuenta que no eran la misma persona a la que le escribieron las indicaciones.

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Al final de la calle, escrito sobre el pavimento decía: “sellamos con cemento estos áridos caminos, para que nuestros hijos, nuestros nietos, y los hijos de nuestros nietos, caminen de otros modos hacia su futuro. Hoy muchos ya hemos muerto, y ni hijos, ni nietos habremos conocido”.

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