Tú eras el destino que imaginaba,
el hombre ideal.
Con un toque de autodestrucción
y los bosques enteros en la mirada.
Serías él que siempre estaría
y el primero que estuvo.
Mi ángel guardián de alas sangrientas
que se aferraba a su vida porque mi vida existía.
El que sobrevivía a las tormentas
y compartía mis desiertos.
El que amé primero y acarició mis lágrimas de niña.
Peligro y belleza
con los bosques enteros en la mirada.
Tú existes porque existo,
y ambos nos poseemos en la temporalidad.
Eras el hombre ideal.
Pero no habrá un “felices para siempre”,
porque te irás con mi muerte
o vivirás en las cenizas de mi yo inmortal.
Eras el que rompió varias veces mi corazón
y el deseo de mis pensamientos.
La persona que me conocía mejor que nadie en el universo,
quién sabía de mis flores favoritas,
de mi minuto perfecto para ver el atardecer
y de mi amor por el pasar de los aviones al anochecer.
Ideal…
Las rosas de ébano eran las nuestras,
las exhalaciones del mundo eran las nuestras,
y la luna rielaba en el lago por nuestro amor.
Lago con fuego verde.
Fuego fatuo de tu traición.
Más infierno que cielo eras tú, amor.
Muerte con los bosques enteros en la mirada.
Nuestra luna no volvió a casa.
Perfecto como el brillo de las esmeraldas.
Con todo y los filos que cortan el alma
como hadas en los bosques,
o musas con voces de música encantada.
¡Locura que sabía de mi desear!
Eras abrazo de brisa al común caminar
con los bosques enteros en la mirada.
Siempre serás.
Eres real,
como el cuento que cuenta un niño después de jugar.