Me aventuré caminar entre la niebla contigo,
apoyada sobre tu espalda para contarte
leyendas sobre los más antiguos espíritus;
espíritus que no habían asomado sus ojos y garras en tanto tiempo
que por momentos parecían esfumados para siempre.
Quise contra ellos brindarte mi abrigo,
pues su eco era aún recordado por las ruinas
que yacen como testigos de su paso.
Quise protegerte de ellos, enseñarte a sobrevivir,
sortear a la esfinge y sus enigmas emboscados
que jamás llenaran de dudas nuestros atajos;
evadir la mirada petrificante de las gorgonas
para que nunca congelen tus palabras.
Tanto quise cuidar tu paso
que no noté que el verdadero mito eras tú,
criatura fantástica, ideal, no perteneciente a mi realidad;
ser de un mundo ajeno a la luz.
Tú y tu amor arpío que no pude advertir.
Estando al borde del abismo no lo pude discernir.
Pobre criatura, ¿no deseas regresar a tu reino de anhelo?
Hacerlo una vez más en soledad sería un desconsuelo.
Te posas en reluciente piel, junto al espejismo del agua corriente,
que me confunde entre la serenidad de las aguas del abismo.
Dancé con tu melena más allá de la superficie,
respirando solo a través del fulgor sediento de tus ojos,
sin ver más allá de la bruma.
Inmersión en espiral al ritmo del susurro de tus promesas
emanadas desde las aguas más profundas,
escondidas entre la más tierna espuma.
Te llevas de mis labios el ultimo soplo de mi razón;
perdido en tu abrazo va quedando mi corazón,
entrelazado en el baile eterno de tu encanto insondable.