Ayer lo volví a ver. Era de noche y cenábamos en nuestro restaurante favorito; aquel en el que la pareja de ancianos siempre tenía una taza de café para ofrecer. Conversamos durante la cena, reímos y nos miramos a los ojos en silencio tratando de descifrar si lo que sentíamos era amor del puro.
Cuando la banda autoinvitada comenzó a tocar melodías lentas, me ofreció la mano para ir a bailar y lo hicimos tomados de las manos, con nuestros dedos entrelazados y caricias torpes de pulgares; con nuestros pies siguiendo un balanceo tranquilo, casi abrazados para coordinar mejor nuestros movimientos.
Aunque ya es de mañana, aún recuerdo el calor de sus manos sobre las mías, el toque tierno de sus labios y el amor desbordando como miel de sus ojos cuando nuestras miradas coincidían. Tal como en un cuento de hadas hecho únicamente para nosotros.
En cuento de hadas siempre espero a que aparezcan esas facciones que tanto anhelo, esa silueta que se despide dulcemente de mí y ese sentimiento que florece dentro de mi corazón y me tiene sonriendo bobamente.
Oh, querido diario, ojalá él existiera en realidad y no solo en mis sueños.