Recuerdo de bolsillo

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Conseguí darme cuenta

de que las nubes rosadas perdían densidad.

Ya no eran estables.

Poco a poco nos íbamos hundiendo en tan suave sentir,

pero fuimos muy debajo.

Casi no podíamos observar el cielo

y se comenzaba a percibir más la tierra gris.

 

Ya no puedo sostenerte,

mis dedos de dicha ya se quedan cortos;

te resbalas entre mis delgados brazos.

Quiero sostenerte.

 

En ti coinciden las cosas lindas

de las cuales la vida se compone.

Pretendo no opacar ese brillo de tonalidad naranja.

Para mí, las nubes rosas

ya han ascendido;

en el polvo gris de una atmósfera

es donde me he quedado.

Atmósfera que desmorona sueños y dulces presagios.

 

Hay sin duda… un precio.

El cielo tiene boleto de entrada.

Tú, mi cielo terrenal, ya no puedo acceder a ti.

 

El brillo de una tarde comienza a perderse.

La atmósfera ceniza es celosa,

no se deja perforar por sutiles brillos naranja.

 

Me gusta la sonrisa con la cual sentencias.

Ocaso con un pudor que se arrodilla ante comas y puntos.

Cuesta debilitarlo.

También cuesta olvidarlo.

 

Eres.

Te semejas a una melodía,

a una constelación de melodías,

a una bella luz.

El atardecer en el interior de su brillo

no puede ocultar su tono acrisolado.

Una linda nota,

la sinfonía de una única partitura,

el encuentro se comienza a transformar en antónimo.

Los días ya no tendrán tarde,

ni luna,

solo un sol intenso.

 

Me encantas,

por eso no quiero arroparte

de polvo y cal.

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