A veces me pregunto: cuando en cinco mil millones de años el sol explote y devore nuestro planeta, ¿qué pasará con los fantasmas que habitaban la tierra? ¿Flotarán en silencio mientras orbitan por lo desconocido? ¿Y el amor que sintieron? ¿A dónde va?
Me imagino el momento previo: el mundo desierto, un silencio bello, conmovedor, cegador. Un espasmo donde aquellos sonidos que dotan de humanidad a nuestra especie, todas las voces que se expresaron, las risas, los llantos y las canciones, queden agotados. El silencio de los animales, especies incomprendidas, extintas por nuestra propia mano. Silencio de la naturaleza; todas las hojas habrán dado su último grito al caer de los árboles y expulsado su último aliento al chocar con el piso. Ya no habrá ninguna dispuesta a hacerlo por última vez. El viento ya habrá encontrado la paz y dejado de soplar. Las olas del mar ya no tendrán que buscar consuelo en la arena de la playa y la lluvia estará feliz, no habrá necesidad de derramar más lágrimas.
¿Y los fantasmas? Habrán visto todo. Lo habrán contemplado en absoluto silencio sin poder hacer otra cosa. ¿Escucharán sus propios pensamientos?
Imagino que extrañarán cuando aún podían interactuar con los vivos, ese momento de contacto en donde vida y muerte hacían las pases. Eso habrá acabado y no quedará más que vacío. Almas que alguna vez habitaron con un cuerpo, un rostro, serán olvidadas. En ese momento se habrán agrupado en un mismo ente que flota en una inmensidad. ¿Sentirá soledad? ¿Qué es lo que verá? ¿Bastará con las cosas vistas por todas aquellas almas que lo conforman para nublar con imágenes del pasado su vista ante la nada? Recuerdos individuales que se harán uno solo, sentirá todo en todas sus escalas: la tranquilidad que se sentía al caminar por el bosque, al mismo tiempo que la tranquilidad brindada por la resolución de un problema; el cansancio de las largas jornadas de trabajo, a la par del cansancio tras pasar por una situación compleja; la emoción de alcanzar un objetivo, y la emoción de ver una vida llegar; las tristeza de un corazón roto y, a su vez, la tristeza del desamparo; la alegría que otorgaba el día a día con su simpleza, y la alegría de los momentos especiales; el amor alcanzado de todas las maneras posibles. Ahí irá el amor.
Espero que mi fantasma no olvide; que se aferre a sus recuerdos y los habite constantemente para así recordar lo que fue, lo bello que fue.