Para él.
Ya no recuerdo su nombre
Uno
Tentación de matar
aquello de lo que huimos.
Obligación de huir
de mi nombre y la culpa.
Ofuscación de
la voz de mis vísceras
y de infantes,
el recuerdo descompuesto.
Premonición de ser presencia
como cuerpo
degollado.
Quiso hacer hogar entre dos ríos
como alacrán entre dos terruños
que le gritan que se vaya,
como bisturí que espira calma
cuando encuentra descanso
entre dos carnes
que debieran ser la mía.
Quiso permanente huida,
y nunca soltó
la placenta que le surgió
de haberse matado a sí misme.
En los desdobles de los minutos
recorren su cadáver y le niñe,
el muertito cubriéndole su rostro
y ambes cuidándose de Dios.
Sin nombre, ni infancia, reza;
se desvive la carreta viva
y en su calvario
se dibuja un templo hueco,
y en el hueco había un espejo
que le niñe
siempre quiso querer.
Dos
Le niñe siempre buscó,
mas no sabía encontrar.
Le niñe se perdió,
pero no supo soñar.
Le niñe se agotó
y después durmió…
En un momento jacarándico
ante la muerte de la fe, en la mentira
quiso ser un tiempo,
quiso ser un momento,
un instante eterno de
infinitesimales proporciones
con plena ausencia de ansia
por no ser esas sus palabras.
Escuchó el goteo
y soñó un reflejo.
Cuando imaginó el templo hueco
de
rodillas
arrastró
su
confesión.
Tres
No se siente posible la paisa.
No hay titubeo.
Sí encabalgamiento,
estampida de caballería violenta.
Pero una velocidad que se extiende
tortuosamente en el viento
y muere en mi fuerza para aprehenderlo,
para decirlo,
para perderlo.
No sé cómo hablar de lo tentador,
pero me rodea.
No sé reconocer mis dedos
en los extremos de mis palabras.
Ya no encuentro más que rostros
que ruegan por caras
o algún paisaje que los sepulte.
Cuatro
El niño muerto le ahorcó.
Hizo caber su mugre
entre la carne de su cuello,
quiso arrancar la condena de su voz,
quemar la cárcel de sus fonemas
y le susurró (a su agonía):
«No pienses en tus pies,
no pienses en tus ojos,
no pienses en la sangre de tus ojos,
no pienses en tu hambre,
no pienses con urgencia en tu carne,
no pienses en sentir;
sentir la luz quemar los ojos,
sentir la sangre arrastrar el tiempo,
sentir mi carne componerle risas
al buitre y al viento.
Háblale a la mugre
porque sólo ella
sabrá escuchar».
Cinco
No muy pronto,
en la cima de un reflejo,
los ojos lilis del niño muerto
por última vez primera
pudieron llorar a las estrellas y
rezar al pequeño sol.
¿Ven sus luces colores apasionados
en los paisajes llenos de ojos?
Ojos penumbrosos,
ojos pasmos,
ojos oneiros.
¿Ven sueños en los espejos
que alimentan?
Se sonroja el cielo en su acto final.
Antes de la noche, volveremos a ser.