XXVI

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Para él.

Ya no recuerdo su nombre

 

Uno

Tentación de matar

aquello de lo que huimos.

Obligación de huir

de mi nombre y la culpa.

Ofuscación de

la voz de mis vísceras

y de infantes,

el recuerdo descompuesto.

Premonición de ser presencia

como cuerpo

degollado.

 

Quiso hacer hogar entre dos ríos

como alacrán entre dos terruños

que le gritan que se vaya,

como bisturí que espira calma

cuando encuentra descanso

entre dos carnes

que debieran ser la mía.

 

Quiso permanente huida,

y nunca soltó

la placenta que le surgió

de haberse matado a sí misme.

 

En los desdobles de los minutos

recorren su cadáver y le niñe,

el muertito cubriéndole su rostro

y ambes cuidándose de Dios.

 

Sin nombre, ni infancia, reza; 

se desvive la carreta viva

y en su calvario

se dibuja un templo hueco,

y en el hueco había un espejo

que le niñe

siempre quiso querer.

 

Dos

Le niñe siempre buscó,

mas no sabía encontrar.

Le niñe se perdió,

pero no supo soñar.

Le niñe se agotó

 y después durmió…

 

En un momento jacarándico

ante la muerte de la fe, en la mentira

quiso ser un tiempo,

quiso ser un momento,

un instante eterno de

infinitesimales proporciones

con plena ausencia de ansia

por no ser esas sus palabras.

 

Escuchó el goteo

y soñó un reflejo.

Cuando imaginó el templo hueco

de

rodillas 

arrastró

su

confesión.

 

Tres

No se siente posible la paisa.

No hay titubeo.

encabalgamiento,

estampida de caballería violenta.

Pero una velocidad que se extiende

tortuosamente en el viento

y muere en mi fuerza para aprehenderlo,

para decirlo,

para perderlo.

No sé cómo hablar de lo tentador,

pero me rodea.

No sé reconocer mis dedos

en los extremos de mis palabras.

Ya no encuentro más que rostros

que ruegan por caras

o algún paisaje que los sepulte.

 

Cuatro

El niño muerto le ahorcó.

Hizo caber su mugre

entre la carne de su cuello,

quiso arrancar la condena de su voz,

quemar la cárcel de sus fonemas

y le susurró (a su agonía):

 

«No pienses en tus pies,

no pienses en tus ojos,

no pienses en la sangre de tus ojos,

no pienses en tu hambre,

no pienses con urgencia en tu carne,

no pienses en sentir;

sentir la luz quemar los ojos,

sentir la sangre arrastrar el tiempo,

sentir mi carne componerle risas

al buitre y al viento.

blale a la mugre

     porque sólo ella

     sabrá escuchar».

 

Cinco

No muy pronto,

en la cima de un reflejo,

los ojos lilis del niño muerto

por última vez primera

pudieron llorar a las estrellas y

rezar al pequeño sol.

 

¿Ven sus luces colores apasionados

en los paisajes llenos de ojos?

Ojos penumbrosos,

ojos pasmos,

ojos oneiros.

¿Ven sueños en los espejos

que alimentan?

Se sonroja el cielo en su acto final.

Antes de la noche, volveremos a ser.

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