Mortero y mármol rosa

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[…] que aunque el juicio final nos trate por igual

aquí hay gente de rancio abolengo.

Mecano, No es serio este cementerio


—Entre los esqueletos también hay clases. Ni en la muerte se alcanza la igualdad, esa es sólo una cantaleta ingenua de las personas vivas. Esto sólo te lo puedo decir yo, que soy mayor que tú. Mira mis huesos… relucientes; no como los tuyos, de los que aún pende piel y mú
sculo.

»Si te encuentras en esta parte del panteón más te vale aceptar tu destino: podrás salir y mover el esqueleto en las fiestas nocturnas, pero no será para siempre. Nosotros, huéspedes de tumbas delineadas con mortero, seremos pobres aún en la eternidad. Llegará el momento –a veces muy pronto– en que por el adeudo de la renta encimen a otro cuerpo sobre tu ataúd y, cuando ese día llegue, no podrás volver a salir.

»En mi caso, ese día llega mañana. Por eso me dirijo al otro lado del panteón. Así podré ver a Deborah por última vez. Y si al fin me atrevo a hablarle, le diré que la amo y me despediré apropiadamente.

»Deb y yo nacimos el mismo día, ¿sabes? Por eso nuestras madres bromeaban con que esa debía ser una señal que uniría nuestras almas y nos conduciría al altar. Pero sólo yo me creí esas palabras. Deb, en cambio, pasó de mí cuando tuvo la oportunidad de elegir a sus amistades, ya sin depender de su harapiento vecino. Luego, en prepa, el destino nos volvió a unir. Fuimos amigos, aunque no tan cercanos como me hubiera gustado. Mis mayores logros consistieron en acompañarla a casa de vez en cuando, usando de pretexto la proximidad de nuestros hogares. Sin embargo, eso no significó nada para ella. Caminábamos y su mirada se perdía en el asfalto, expectante a la aparición de algún chico popular o de su enamoramiento en turno.

»No esperes un giro inesperado. Luego de la prepa nos distanciamos nuevamente, y yo morí a los pocos días.

»Pasados setenta años volví a verla. La reconocí porque aún tenía la carne pegada al cráneo. Putrefacta y hermosa, bailaba y castañeaba los huesos con los esqueletos de la zona de mausoleos, con calacas ricas, como ella. Y justo antes del amanecer la vi entrar a su sepulcro familiar, que es de mármol rosa y tan grande que los cuerpos pueden yacer dentro sin obstruirse la salida. Porque así es, niño, sólo las personas ricas alcanzan la libertad eterna.

»Personas como tú y como yo, tenemos los días contados, pues nos espera el encierro eterno.

»Dime, ¿cuando moriste te recibió algún desfile espectral? Apuesto a que no, porque eso también es cosa de ricos… no es para los de mortero, sino para los de mármol rosa, los únicos con motivos para celebrar la muerte.

 

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