Uno nunca olvida

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— ¡Ay, José! —dijo Rosario—. Ya se llegó octubre y no han vuelto. A mí se me hace que ya nos olvidaron.

— No digas tonterías, Rosario —le contestó—. Uno nunca olvida, aunque quiera. Lo que pasa es que ya no quieren regresar. Se avergüenzan de esta tierra, de nosotros.

Rosario trataba de no llorar, pero ya tenía los ojos llenos de lágrimas. 

— ¡Ay, qué injusta es la vida! —dijo entre sollozos—. Primero te da hijos y luego te los quita como si nunca hubieran sido tuyos.

José apenas si la miraba, pues por dentro sentía la misma tristeza que ella. 

—Dijeron que este año regresaban —le recordó Rosario—. ¿Pa’ qué quieren más dinero? Si uno se va pal otro lado es no más por pura necesidad. Si ya no necesitan nada, ¿por qué no regresan?

—Entiende, mujer —le respondió José—, ellos ya hicieron su vida, ¿ pa’ qué nos van a querer dentro de ella?

—Pues por la misma razón que yo los necesito en la mía —dijo Rosario con la misma dignidad de siempre—. Porque los quiero. ¡Cómo chingados no iba a querer a mis hijos!

Pero ambos lo sabían muy bien, lo sentían. Ya no los iban a volver a ver.

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