II

De niña, colocaba una mano frente a la linterna

para mirarme el cuerpo a contraluz y rojo

encarnizado, denso y rutilante

como imagino el plasma. Me parecía

que al envés del cuerpo lo habitaban

elementos extraños y luminosos.

Por supuesto, era la sangre, atravesada

por la luz, me lo dijo mi padre, y aparte

se me transparentaba la piel y me dio pena

no haber sabido antes que cargamos

cinco litros de sangre y tantos huesos y más dientes

de los que caben en la boca.

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