Trotamundos

pexels-mikhail-nilov-7662297-scaled-thegem-blog-default

Las encontró guardadas en uno de los compartimientos de la nave. Había cartas de Júpiter, Marte, Saturno, incluso de satélites naturales y planetas enanos como Titán y Ceres. Con solo verlas, recordó lo que decían sin necesidad de desdoblarlas. Miró con nostalgia los timbres ya descoloridos por el paso del tiempo, algunos tenían la imagen de modelos de naves descontinuadas o de personajes destacados del sistema solar. Aquellas hojas eran la prueba irrefutable de que alguna vez fue el astronauta más codiciado del sistema solar. 

Por varias décadas, recorrió cada uno de los lugares relativamente cercanos a la Tierra en busca de la pareja perfecta. Conoció un sin fin de mujeres alienígenas que se enamoraron de sus encantos terrestres y terminaron dándole noches llenas de caricias, pero a pesar de que él disfrutaba de aquellos encuentros, siempre tenía algún pretexto para irse a otro mundo. «Las marcianas son muy pequeñas, las plutonianas no viven mucho tiempo, las habitantes de los cometas solo sirven como amores de paso», se decía. Él se marchaba sin despedirse y nunca respondía las cartas que le enviaban, le gustaba únicamente guardarlas como souvenirs de sus conquistas. 

El astronauta continuó recordando sus aventuras amorosas mientras pasaba por sus manos los antiguos pedazos de papel y miraba con tristeza su viejo traje espacial. Hace mucho que no podía usarlo por culpa del incremento de masa que había sufrido en el abdomen con el paso de los años. Dejó las cartas y fue a ver a través de las ventanas de su nave. Ante él apareció el paisaje desolador del asteroide en el que terminó viviendo. El reflejo del vidrio le permitió ver su cara con arrugas y lo deteriorado de su cuerpo. Solo, a millones de kilómetros de la Tierra, aceptó por primera vez que las terrícolas pudieron haber sido un buen partido.

18

Dejar un comentario

X