Tediosa eternidad

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Durante un siglo Drácula y Dorian Gray se han reunido para conversar. Tratan de contar algún suceso que impresione al otro, pero cuando se ha vivido por tanto tiempo es difícil sorprenderse.

Guerras, enfermedades, religión, son algunos temas de los que más han hablado. Al principio se burlaban de aquellos que morían por causas tan tontas, pero con el paso del tiempo las risas se convirtieron en rabia hacia los que partían tan fácil de este mundo. 

Sus charlas eran cada vez más aburridas, hasta el punto de tener que contarse sus secretos más íntimos para estimularse. Drácula se limaba los colmillos mientras escuchaba los actos inmorales de Gray, el millonario, por su parte, arreglaba su cabello al oír sobre las víctimas del conde. Ambos eran monstruosos. 

Buscando entretenerse, Dorian propuso sesiones de análisis del arte. Utilizó parte de su fortuna para traer a su mansión las mejores piezas artísticas del mundo. Drácula analizó las esculturas a detalle, decía estar fascinado con la anatomía del cuerpo humano, pero Gray conocía bien sus intenciones, sabía que solo le interesaba encontrar las mejores zonas para morder. Dorian estudió las piezas hasta convertirse en un experto, situación que lo hizo fastidiarse, ya que cada vez encontraba más imperfecciones en las obras. 

Después un tiempo dejaron el arte y le dieron oportunidad a los deportes. El conde destacó en cada uno de ellos, su velocidad lo hacía correr más rápido que cualquiera, su condición nunca se agotaba y su fuerza le rompió varios huesos a Gray. Por otro lado, Dorian prefería cuidar su aspecto antes que dejar escapar una gota de sudor. El vampiro le ganaba tan fácil que pronto dejó de divertirse. 

Probaron otras actividades, aunque el problema siempre era el mismo: el tedio. Ambos llegaron a pensar en dejar de verse, pero el cariño de una amistad tan longeva y el saber que no había nadie más con quien compartir la eternidad los mantenía unidos. 

En la madrugada de la celebración del 150 aniversario de Gray, los dos se quedaron despiertos hasta el amanecer. Dorian se miraba en el espejo y arreglaba su corbatín por quinta ocasión. Drácula yacía acostado en un sillón cazando a un mosquito con la mirada. Al salir los primeros rayos, ambos voltearon a verse. No hicieron falta las palabras para saber lo que debían hacer. El conde se puso de pie y fue afuera para disfrutar del alba por primera vez en siglos. Dorian aprovechó la luz para deshacerse de su retrato.  

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