Escritos sobre monstruos cotidianos

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I. Reencuentro

La joven de cabellos ensortijados veía el campo de ambos lados mientras se encaminaba a su casa. No estaba segura de si ya iba a llegar a su destino. La tarde se volvía noche y le daba miedo no llegar a tiempo. Mientras más se acercaba, se sentía perdida, como en un trance. Vio la casa a lo lejos y corrió hacia la entrada.  Estaba abierta y no se detuvo. Pasó por la sala que tenía tres sillitas de distintos tamaños. Después, se dirigió a la recámara. La puerta estaba abierta. Cuando entró, un pequeño osito agachado se volteó a verla; tenía unas lágrimas enormes que brotaban de sus ojos. La miró fijamente por unos segundos y se abalanzó sobre la muchacha. Ella no podía moverse, el osito la abrazaba con fuerza y gruñía desconsolado. Al ver esto, la mamá osa se acercó corriendo y, al igual que el pequeño, se prendió del cuerpo de la joven. Los tres lloraban inconsolables mientras papá oso yacía inmóvil sobre la cama más grande del cuarto.

 

II. Reunión familiar

 

En la esquina de alguna cuadra vive una familia unida. Cada miembro disfruta de apoyar al otro, aun en sus más locos delirios. El único que no accede es el más viejo y sabio que, aunque lo tilden de loco, es el más cuerdo ahí. Todos se reúnen y ayudan entre sí, excepto él, porque cuando lo intenta, lo encierran en su cuarto de cristal; celda desde la que observa cómo todos se apoyan y, a la vez, devoran a sus semejantes. El único consuelo que le queda es que mañana su pérdida de memoria llegará puntual y así… cada nuevo día.

 

III. Contemplación furtiva

En la invierna cara de cansancio, los peldaños doblan su extensión.

Sus manos buscan sostenerse del barandal con la débil fuerza que sus brazos todavía guardan.

La simple escalera parece un camino eterno, cada paso que da la acerca a la cima, pero la fuerza de las piernas se rinde y su meta se ve distante.

Su pecho y sus rodillas se encuentran en cada escalón cuando la respiración enmudece. Alabeada se aferra a su suplicio.

Yo la veo, me veo en ella, sufro su lasitud. Me da pesar, pero aun así me abalanzo y la rebaso; solo hay un asiento en el consultorio y no lo puedo ceder… Me siento cansada.

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