La calle

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Las llantas de una maleta rodaban sobre el concreto y la arrugada mano que la sostenía dejó de avanzar en el paisaje para acomodar una boina rellena de blancos cabellos. Con el último viento de invierno Jaime recordó la ventisca que refrescaba esa misma calle un día de su juventud en que regresaba de la escuela. Allí fue donde encontró a Margarita, sorprendida de verlo. Jugaba con un collar entre las manos.

La boina que despegó en el viento lo centró de nuevo en la realidad. Jaime la siguió rodando por el suelo y, colocándola sobre sus canas, reanudó la marcha. Así también sus memorias. Llegó a la esquina de la calle, desde donde se veía la casa de Margarita. Justo bajo el árbol al ras de la banqueta fue donde le pidió que fuera su novia. Aquel día era primavera, pero le temblaba el corazón como en tiempo de frío al ver los labios color cereza aceptar su propuesta con una sonrisa. 

Aun así, tenía que alejarse de la nostalgia que lo invadía. A su mente llegó la memoria de una temporada en que ella se marchó a estudiar lejos: en aquel tiempo, cuando doblaba la esquina de camino a casa, contemplaba su calle y le parecía el lugar más hermoso del mundo. Jaime mismo no entendía por qué, hasta que un día se detuvo mientras pensaba en Margarita y se dio cuenta de que aquel lugar era tan especial porque allí fue donde conoció a quien se convirtió en su esposa. 

Llegó al final de la calle y cruzó un pequeño campo hacia la estación de tren. La máquina había arribado y los pies veloces de los pasajeros comenzaron a subir. 

Jaime quiso sacar de su bolsillo el boleto, pero estaba vacío. Sacó la cartera y la desplegó. De su interior cayó una cadena que cachó con excelentes reflejos. Era un collar con un dije de trébol. Cuatro hojas lo adornaban.

«¡Esto era!», dijo reconociendo el dije que Margarita lucía aquel día en que el invierno casi estaba por terminar. Fue el mismo que Jaime le obsequió a una niña en la estación de tren en su infancia. Por supuesto, a una edad tan corta no podía recordar con claridad aquel momento, pero en fotografías ese mismo trébol estaba puesto en su cuello. Jaime pareció comprender algo con una sonrisa y elevó su rostro al cielo mientras el tren se marchaba.

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