Carta de otoño a S

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Hasta ahora no he podido hablarle de ti, mucho menos de las tardes que pasamos juntas. ¿Enseñarle fotos? Bah… E. prometió ser mi escucha confidente de los días en que habité tus calles, sin embargo, olvidó que destinaría unos minutos para esos relatos sobre ti. Perdóname. Si el momento se diera, ten por seguro que le hablaría con detalle de la imagen que conservo de tu cuerpo. Sí, es justamente ésa, la que más me gustaba y que quisiste enseñarme.

Recuerdo cómo te extendías bajo ese cielo nublado cuya llovizna me hacía contemplarte desde unos ojos a medio cerrar. Recordándote me veo metida nuevamente en esas botas cafés Jeep que me llevaron por tantos rumbos desconocidos aquellos meses. Volver a tu tiempo es eso, habitar el recuerdo desde dos botas cafés, desde un calzado que pisó, anduvo, se maltrató, mojó y terminó roto, listo para morir en un contenedor de basura.

Volver a tu imagen me hacer sentir acogida, desde la distancia, por tus monumentos de color café viejo que siempre me hacían pensar en cómo lucías hace unos 800 años. Seguro desde ahí ya eras fabulosa. Pensar en ti y en el sabor que tu viento dejó sobre mi piel me inyecta nostalgia, pero, lo confieso, también ganas de volver a verte. Quizá esta vez pueda caminarte sin llorar a cada paso, sin fotografiar cada uno de tus detalles, simplemente vivirte a plenitud sin sentirme diferente por ser morena y baja. A lo mejor vuelva un día y confíe en mi lengua, en el idioma aprendido siglos atrás por hombres que seguramente algún tiempo te habitaron.  ¿Te imaginas? Espero verlo.

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