El intruso

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El ojo apunta hacia la India septentrional. Herido por un capricho divino, una mañana el príncipe se despoja de su vestidura real y sin voltear la vista hacia atrás se pierde en el ignoto bosque del mundo. (Es tal su ligereza que nadie concibe detenerle.) Largos lustros transcurrirán para que sus pies retraigan la marcha hacia el palacio. Lo cierto es que, escondido bajo el aparente disfraz, a su regreso, nadie consigue desvelar al legítimo heredero. En este punto doy paso a la historia, tal y como me fue relatada por el penúltimo de los cautivos que sería desmembrado tras el malón:

«Caminaba con parsimonia. Rozando la escalinata del palacio, una mirada le bastó para confundir el juicio del guardia. Sus pupilas, al igual que los relatos de Far-li-mas, eran como el hachís que aturde con ligereza. Primero atravesó la antecámara, luego la enfilada de habitaciones, adornadas con inextricables, cada vez más angustiosos arabescos. Se detuvo en el jardín circular. Y al sumergir los pies en las iridiscentes aguas de la fuente, no advirtió que el magma de invitados y sirvientes le observaba, abismado; a la expectativa de algo que terminara con el suspenso que inopinadamente se había congregado a su alrededor. Muy pronto el rey sentiría el silencio. Muy pronto el rey buscaría la razón. Muy pronto la razón acudiría a su encuentro (incluso antes de que el rey acudiera a la razón). Con la pulcritud definitiva de los actos rituales, cuando sus pies de nuevo se resecaban por la ardiente linfa del sol, el príncipe ahogó el rostro en las aguas. Solo entonces el acto pareció insoslayable…

»… Al fin el rey reflejó su imagen sobre las cristalinas pupilas, que eran como el hachís que hiere en silencio. La suerte estaba echada. Incapaz de creer que su único vástago, de noble estirpe, heredero de la familia real, era aquella desastrada, insignificante figura que ahora se prosternaba a sus pies, con arrogancia, el rey exigió su cabeza; no su corazón. Muy pronto los dioses aceptarían el sacrificio. Muy pronto el sacrificio sería celebrado por los miembros del palacio real. Muy pronto el palacio real quedaría reducido a ruinas. Incierta es la razón. Pero hay quien dice que mucho antes de que el reino fuera saqueado, el rey (cuya mente había sido devastada) se dejó morir de inanición… Acaso esta breve historia nos recuerde que sin verdadera fe (śraddhā) la vida resulta insufrible; como imagino que le sucedió al rey después de reconocerse en la mirada de aquel intruso».

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Comentarios (1)

Excelente sigue así 👍👍

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