
Le sostiene la mirada el atardecer,
dejando impreso en el reflejo de sus ojos
un pincelazo dócil y bermejo.
Callado y meditabundo, ronda sobre su mente
un silencio grávido.
La luz se desdibuja a cada suspiro,
el silencio se esconde en cada aullido,
de las impacientes desdichas urbanas
que transitan las estrechas calles.
Salpica sobre sus paredes
deformes figuras y manchas de sombras
que se acrecientan conforme la tarde palidece.
Sus recuerdos desfilan sobre el techo,
pasan por sus ojos
y enmudecen su sueño.
El tiempo le susurra al oído
que todo ya ha desaparecido.
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