El último adiós

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Son las 21:45 h, tengo todo listo: maleta hecha, cama tendida y ventana abierta.

Caminé de un lado a otro con nerviosismo y comencé a recordar la peor decisión que he tomado: soltar al amor de mi vida. Fue a mis quince años cuando conocí a Darío, él era solo once meses mayor y fuimos grandes amigos durante mucho tiempo, hasta que me comencé a enamorar y fui correspondida. Juntos vivimos tantas cosas inolvidables: risas, chistes, juegos, regalos y llantos. Años después, un malentendido nos hizo terminar aun sabiendo lo mucho que dolería, aunque ambos sabíamos que era lo mejor en ese momento.

No puedo decir que encontré el amor nuevamente, sólo que encontré una buena compañía en ti, Jorge, mi amigo del bachillerato.

Sinceramente no sé qué es lo que siento por ti: puede ser el disfrute de nuestra amistad, compromiso social, fugaz atracción, puede ser cualquier cosa menos amor. Tu puesto como político no me deslumbra, la casa lujosa se siente fría y tu nombre, Jorge Pineda, me hace preguntarme qué vi en ti. Nada nos une, no hay hijos, no hay felicidad, ni confianza, sencillamente no hay nada.

¿Recuerdas las veces que me dejaste plantada porque de la nada te surgía trabajo? Pues en una de esas veces me lo encontré. Es inapropiado contártelo, pero acepté salir varias veces con él durante más de nueve meses. Tan ocupado estabas que nunca te diste cuenta.

¿Te imaginas la felicidad que sentí al reencontrarme con la persona que siempre he amado? Ahora somos adultos, más maduros para ser comprensivos y menos orgullosos para aceptar nuestros errores. Puedes buscarme donde quieras, en Haití, en Guanajuato o en la casa de al lado, pero te aseguro que esta mañana fue la última vez que me viste.

Solo quiero agradecerte por tu compañía durante este par de años y por la amistad que mantuvimos.

Te recordaré con cariño y te deseo de todo corazón que también encuentres el amor.

Atte. Diana.

 

 

Ella dejó la carta encima de la almohada de Jorge, escuchó el motor del coche de Darío en la esquina de la calle y a los pocos minutos lo vio en el jardín, allanando su morada.

Le arrojó las maletas ligeras, las pesadas las dejaron caer. Al finalizar, descendió desde su ventana hasta el jardín sujetándose de la pared con torpeza.

Ambos rieron y se fueron cargando las maletas para reiniciar su amor en un lugar aún desconocido para ambos, pero con la certeza de que les esperaba una vida feliz.

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