El vicio de lo ordinario

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Sentado sobre el pasamanos, mira la corriente y piensa en los muchos nombres que recibe el agua por el camino que recorre —seré lluvia, seré río, seré cascada, seré lago, mar, océano—. El día de su trigésimo quinto cumpleaños, Héctor tomó la decisión de terminar con la difusa ruta que había tomado su vida. No se explica cómo es que todo salió mal habiendo seguido los pasos del éxito con férrea disciplina; primero de su clase, presidente de la sociedad de alumnos, graduado con honores, excelente matrimonio, socio de buffet, crédito hipotecario, Mercedes-Benz, el club campestre. ¿Para qué? Un mes atrás, creyó reconocer en la extraña línea que se alargaba más allá del párpado y hacia la sien una señal, estaba envejeciendo —como todos— y, mientras crea las imágenes de cada cosa en su cabeza, el agua avanza, se lleva estas ideas y el reflejo ondulado de otro Héctor flotando por encima del mismo pasamanos en dirección al sol.

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