Eternos rivales

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Después de tantos años, apenas y podía blandir su espada. El peso de la armadura no lo dejaba moverse y sus rodillas le impedían dar más de tres pasos sin que se quejara. Frente a él se encontraba su enemigo, a quien los años también le habían cobrado factura. El fuego que lanzaba en sus buenos tiempos ahora era un débil soplido acompañado de humo negro, sus temibles colmillos habían decidido abandonarlo y sus alas arrugadas apenas podían abrirse. Cansados, el caballero y el dragón voltearon a ver a la princesa por la que tanto peleaban, solo para darse cuenta de que su cuerpo estaba cubierto de telarañas.

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