La cortina de acero

railway-6858240_1920-thegem-blog-default

Habíamos acordado vernos en la estación. Estaba todo listo. Seríamos pasajeros del tren que, al menos una vez, todos persiguen, pero pocos alcanzan. Llegué antes de la hora, pues no podía esperar más. Por fin era tiempo.

A mi lado se acomodaba un gran número de personas con sus respectivos acompañantes. Con la mirada, uno de ellos me señaló la plataforma de enfrente como si hubiese cometido un error. En la dirección contraria corría el tren de los solitarios, también conocidos como los fugitivos. ¿De qué huían? De cualquier forma, con una sonrisa le dije que mi estado actual cambiaría en cualquier instante. Ella venía en camino.

Al volver la cabeza nuestros ojos se encontraron. Era ella. ¡Hey! ¡Es por acá! ¡Apresúrate, se hace tarde! Y de pronto una cortina de acero corrió estruendosamente en medio de los dos. Por momentos podía ver su imagen a través de las ventanas. El tren se detuvo. Pitó un par de veces. Las ruedas chirriaron. Y siguió su camino. En la otra plataforma sólo quedaban ligeros rastros de humo que se elevaban y una envoltura rojo carmín que era traspasada por los rayos del Sol. Se había ido. Se llevó nuestros sueños. Se llevó nuestro amor. Olvidó despedirse.

Algo había cambiado. Tomé mi maleta y procedí a cruzar el puente que pasaba por encima de las vías. Desde ahí podía contemplar que nada en la estación era distinto. ¿Qué era, entonces? Era yo. Ahora era un fugitivo. Detrás de mí, ya en la desolada plataforma, se escucharon los tacones de unas pesadas botas. Era un soldado. Ignoraba la existencia de una guerra, le dije. En todo momento estamos en guerra. Lo felicito por atreverse a pelear, contestó. No supe qué responder. Muchas personas creen que al abordar cualquiera de estos trenes dejan todo detrás de sí, especialmente el abismo al que arrojan sus miedos, sus fracasos, su dolor. Sin embargo, considero que eso siempre lo lleva uno consigo. De ahí la lucha eterna. ¿No cree? Y el tren arribó.

203

Dejar un comentario

X