Te recuerdo así

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Te recuerdo así, como aquel muchachito encandilado con la vida, ése que se pasaba tardes en los florales y desconchababa los pétalos de las orquídeas. Con esa mirada cándida, que vestía el tisú de la felicidad.

Ahora, un adulto, que otrora tuvo sueños. Las marcas de barro y de hollín no abandonan tu mirada, que al perder el brillo de zafiro de tus ojos no ve más que dolor en donde otros ven júbilo.

Si no fuese por tu nombre, no te reconocería. Te han tildado de héroe, y ahora, ante el semblante hueco, carente de esperanza, me pregunto, ¿qué pasó con el fulgor del niño que mis ojos veían?

Fue en un mes de octubre, del décimo octavo año de este siglo. Te fuiste a las montañas más boreales de esta tierra, peleaste entre la inmundicia y la desgracia; en esa guerra que acabaría con todas las guerras. Destilaste a tu paso un camino carmesí, mientras tus opuestos hacían lo mismo; maquinando hacia los tuyos.

Al terminar, los caudales sanguinolentos se entremezclaban entre la sinfonía de ruidos ahogados y el danzar del óbito. Antaño esos verdes valles rebosaban de variopintos sentires, pero hoy solo queda el del luto.

Regresaste en ese tren a Verona, todavía con ceniza en el overol que tu padre te regaló el otoño anterior. Te bajaste y en el andén me viste, esperándote con los brazos abiertos de par en par.

Me miraste con esa infamia anónima que tú y el resto de los que pisaban el adosado de la estación tenían. Habían vencido, el reino mostraba altivez, pero no por ustedes, sino por el llano pensar de su victoria. Eso lo sabías, quizá por aquello te acercaste cabizbajo, agazapado en la vergüenza.

No pude contenerme, me acerqué a ti y te abracé, pero tú con tu indiferencia mancillaste mi dicha. Así como ellos mancillaron tu ser.

Tú te separaste y tus ojos se encristalaron como el cielo antes del aguacero. Desde el día en el que regresaste jamás entendí por lo que pasabas, por más que quisiese hacerlo. Pensaba que al regresar me atiborrarías de cariño como de pequeño e irías a buscar a ese rostro de dos jades que tanto querías.

Trataste de mantenerte impasible como te ordenaban allá arriba; cuando tenías esas botas puestas. Noté entonces que la misma expresión se dibujaba en el resto; desasosiego era la constante que se sofocaba tímida.

Habías cambiado más de lo que jamás creí posible, al igual que toda tu generación perdida.

– ¿Qué te pasó? – te pregunté.

– La guerra, lo que me ocurrió fue la guerra.

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Comentarios (2)

Impresionante la sensibilidad y la manera de expresarse de éste Chico a sus 16 años. Me parece fascinante leerlo, su limpia descripción, que hace que te transportes y vivas el momento.

Muchas felicidades!!!!

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