Todo se transforma

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Aquella mañana era fría, hacía mucho que no permanecía en pijama después de las diez y me agradaba sentirme sin preocupación alguna. Me reía de mí misma, era como si pudiera observarme desde cierta distancia: mezclando todos los ingredientes mientras bailaba al ritmo de Jingle Bells sin parar de reír. ¡Navidad siempre ha sido mi época favorita!

Mientras preparaba las galletas pensaba en todo lo acontecido durante el año. Había hecho mis maletas varias veces, siempre fue el mismo artefacto para guardar mis cosas, pero en cada ocasión la portaba una persona diferente. Recuerdo perfectamente a la chica que viajó con el corazón roto, a la chica asustada por viajar sola la primera vez, y a la mujer que fue en busca de su propio ser, segura de lo que quería. 

Ahora sé que, en cada ocasión, además de mis pertenencias, viajaron conmigo mis temores, mis sueños, mis expectativas, la esperanza de un suceso maravilloso, incluso, tal vez, la desesperación por volver a sentir paz. Algunas veces pensé que viajar era una forma de escapar de lo que acontecía; cuando llegué a perderme en esas calles empedradas y con túneles temí haber comprado un boleto a ninguna parte. 

Hoy sé que, aunque mi maleta permanezca guardada por meses, yo puedo perderme en diferentes lugares. Con frecuencia hago una pequeña limpieza, elijo lo esencial y dejo de lado aquello que se ha vuelto una carga. Aún varios temores se aferran a mí y yo termino platicando con ellos, los escucho y los siento, mientras me recuerdo que todo se transforma.

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