Vivo, a cambio (28 dic, 2021)

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La mordedura de la cobra del Tiempo

rumia en los tejidos de anquilosado hábito, 

no apetece el sabor almidonado

porque en dulzor acumulado “sí entran moscas”.

Recurrente, imbuye colmillo helado

en el candor de la savia del que ignora lo perecedero.

Tal veneno yergue un altiplano de tensión
y su cúmulo quiebra el entonces esqueleto.

Vértebras fósiles, disueltas en el fuero de la crisis,

gotean llamando a traslucir de ámbar 

la ensombrecida morada del caído,

sin más antídoto que el que la arteria lleva. 

Éste percute los sentidos:
inyecta al oído una lúcida extrañeza;
en la vista induce a navegar despiertos los sueños;
raspa en la boca el gusto habitual, por no decir “¡frígido!”;
y en lo que respecta al olfato y tacto, respectivamente, perdona feromonas y centellas de caricias. ¡Repetidamente!, de pasados amores, ¡prístinos rubores!

 

Y hoy, aclaro, me aparto de referir al cambio Absoluto. Solo voy a los periféricos  fractales del paso Trascendental.

 

Continúo…

 

En aquellos minúsculos renaceres

la propia escama es la que florece,

no de otra raíz, más que del fruto desfallecido. 

Del que se era, del que será…

Sin cera, ¡Ícaro, no desciende, Marea!,
y tú sabes que la misión, aunque fallida, es noble ofrenda:

fertiliza la ínfima hazaña de ser,

coagula nuevos y viejos, llamados hoy: “fracasos”.

 

Me enlodo, sincero, sincera, sin cera y cae de mí la pluma:

¿De cuántos errores, trágicos, ridículos, absurdos, no se arma cruzada al Cambio? Y a su vez: el Destino viaja como polizón que es y conduce a puerto como timonel que fue.

¿Cuánta composta sin escatimar cura esa piel oculta noche tras noche en esta jungla mascarada?

 

Ese sentir de cobra no tiene tregua,

su astuta concesión es ésta:

para liberarse hay que entregarse, mutar con él que es ella, ¡sella!,

rendirse a su río sinuoso,

mojar las corroídas pieles 

y largarlas al fuego,

descubrir la constante ascensión de aquíes y ahoras, como un Aquiles y Troya.

Para escapar de nuestra sed de detenerle, medirle,

y respirar el vértigo de nuestra naturaleza reptil. 

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