Catarsis

room-932321_1920-thegem-blog-default

Hace unos días estaba en Puebla, sin saber exactamente qué estaba haciendo ahí. 

Desde que regresé, me bebía las penas, acompañado de mi soledad frente a un televisor apagado. El reflejo de mi alma lloraba en silencio. El dolor ahí estaba, comiéndome por dentro, justo a unos centímetros del corazón. Suspiros pesados me tiraban al sillón y me obligaban a recordar aquel día… 

Tomé mis maletas, y cuando ella llegó a casa, encontró cajones vacíos y ninguna despedida. Mi mente estaba bloqueada y me temblaban las manos en el asiento del avión.  

Al llegar a Puebla, me instalé en casa de un amigo. 

Un día recibí el mensaje de una tía diciendo que me quería y que todo estaría bien. Seguro ni siquiera sabía qué estaba pasando conmigo, pero se me apachurraron los sentimientos y ahí se abrió el grifo. Las lágrimas comenzaron a brotar y la ansiedad apareció. Agarré las sábanas con fuerza para no hacerme daño hasta que mis músculos se tensaron. 

La segunda crisis fue a los dos días de volverme a cambiar de casa. Ahora, con la novia de una amiga. Ninguna de las dos estaba, así que me bebí la vida en el sillón de la sala, contemplando la ventana y recordando nuevamente aquel día…

La culpa de no haber dicho adiós propiamente no me dejaba en paz. Aunque sé que debía ser así, de otra forma me quedaría estancado en promesas que nunca se cumplirían. Pasaron los minutos y los recuerdos me rompían en pedazos. La culpa me castigaba una y otra vez, obligándome a golpearme la cabeza con los puños. 

Y, entonces, la vi. Vi su rostro ante una oscuridad brillante. Me hablaba, aunque no podía comprender sus palabras. Se veía triste, confundida, apagada. Sentí un peso en mi espalda que me detenía los brazos para no seguirme flagelando. La novia de mi amiga y mi amiga habían llegado.

Seguía sintiendo culpa de abandonar todo por lo que un día luché, pero yo no podía seguir es una relación tóxica o terminaríamos matándonos, más de lo que ya habíamos matado nuestra propia esencia. 

Esa noche dormí junto a mi alucinación y días después, mi depresión se fue desvaneciendo al ritmo de una catarsis espiritual. Cambié de ciudad, renuncié a lo que creía correcto renunciar y empecé de cero. 

A veces nos perdemos y tocamos fondo. Necesitamos morir un poquito para renacer en espíritu. Tomarnos un tiempo para recordar cómo respirar. Y así, ir avanzando poco a poco, otra vez. 

4

Dejar un comentario

X