El peso de no decir adiós

pexels-daniela-constantini-5591722-scaled-thegem-blog-default

Abres los ojos. Te levantas de la cama y entras a la regadera. Mientras te bañas, piensas en las palabras que le escribirás en esta ocasión. Ninguna es nueva. Son las mismas desde hace años y lo único que cambia es el orden en el que llegan a tu mente. 

Sales de la ducha. Enciendes la televisión para tratar de opacar la voz que sigue escupiendo palabras nostálgicas y de arrepentimiento dentro de tu cabeza. Te vistes con una camisa de color claro, de esas que tanto le gustaba verte pero que preferías no usar por repudio a las mangas largas. 

Desayunas lo de siempre: un huevo y un pan tostado. Vas a tu estudio y te sientas a escribir una carta para ella. La que le escribes religiosamente cada mañana desde que ya no está. Permites que la voz en tu cabeza tome el control y la dejas expresarse. 

Sales de casa y revisas tu buzón antes de irte. Tienes la esperanza de encontrar una carta de ella. Una respuesta que por fin acabe con tu remordimiento. Está vacío. Añoras poder verla en persona para decirle con un abrazo cuánto la quieres. 

Caminas al cementerio. Dejas la carta sobre la tumba de tu madre. Las de los días anteriores están ahí amontonadas. Le ruegas que, por favor, ésta sí la lea.

4

Dejar un comentario

X