Nunca me he ido y espero no hacerlo

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Con el transcurrir de los meses y los años, puede que el eco que me devuelve el espejo vaya cambiando, pero no así las respuestas que ciertos estímulos provocan en mis sentidos. 

Por ejemplo, sin importar el lugar en que me encuentre, o la edad que ahora tenga, cada que tomo una taza de café me siento exactamente como lo hacía en la facultad; cada año al desempolvar los adornos navideños, que con fieltro y cariño hizo mi mamá, revive un poco mi sentido de ilusión sembrado en la infancia; y cada vestido me recuerda distintas ocasiones especiales. 

Quizá esto se debe a que cuando realmente estoy en un lugar, es decir, concentrada en el presente, disfrutando el momento, ya no me voy de ahí con las manos vacías: me llevo la alegría que me hizo sentir y ésta permanece conmigo dormida hasta que vuelvo a encontrarme frente al mismo aroma, el mismo sitio, la misma prenda o cierta persona.

El pasado no es una estación que dejo atrás, es la maleta que llevo conmigo. A veces, lo desempaco, lo revivo, lo atesoro y lo vuelvo a guardar.

Espero que cuando mi cuerpo ya no sea parte de este mundo, haya logrado dejar una marca que me haga vivir en los recuerdos de alguien para continuar mi marcha, aunque sea como equipaje.

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