Sobre el cambio o de la torta bajo el brazo

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Parece que conforme vamos accionando y actuando se va llenando un saco de malas experiencias, buenas virtudes, pésimas decisiones y excelentes memorias. Ese saco, o bien puede ser una maleta de viaje, o un costal de lastre con el que vivimos, viviremos y del cual no podemos desprendernos.

A diario, desde que despertamos hasta que vamos cumpliendo días tras semanas y generando años, formamos hábitos y costumbres. Ese quehacer constante va configurando lo que somos y lo que queremos ser y hacer en el orbe circundante.

Los aprendizajes primeros quedan atrás y nos vamos sujetando al piso firme y certero del percibir. Las disrupciones nos atemorizan y perturban. La incerteza no es amiga, siempre -pensamos- pinta para mal. Pero ¿cómo conocimos por vez primera lo que ahora es una constante en nuestro amar y desear? 

El cambio es el amigo incómodo que llega siempre con la torta bajo el brazo: a veces es gustosa, a veces satisface la gula, a veces contiene guisos desagradables. Llega cuando menos lo quieres, lo esperas o lo necesitas. En ocasiones lo obligas a salir o venir, pero siempre está allí. No busca fallar, solo busca ser él mismo, es decir, ser la permuta, el cambalache o el canje. Sabe sacar sonrisas, lágrimas, añoranzas. Es, pues, el amigo necesariamente innecesario-necesario del devenir imperceptible.

El cambio se presenta entonces como una fuerza más natural y necesaria que la gravitación o el amor o la ley de Murphy. Podría aseverarse que Hesíodo y el Génesis equivocaron la palabra del verbum y el Caos como primeros generadores de todo lo que es. Es el cambio el que dio origen a todo lo que es, fue y será.

El cambio definido está: fuerza matriz, amigo absoluto del ser y el hacer. ¿Qué debemos hacer ante y con el cambio? Reconciliarnos con él, aceptar que es amigo, que tiene toda la autoridad y la presteza de aniquilarnos o ubicarnos por el camino de la virtud. Él estará siempre allí con nosotros. ¿Acaso no es el cambio la sombra de la que nunca podremos desprendernos?

Sea como sea, lo estable no es, lo imperturbable no perdura. Es el cambio el que siempre es, fue y será. Y, simple y sencillamente, cada que lo veamos, saludémoslo con gusto y llevemos algo para acompañar la torta que siempre traerá bajo el brazo. De allí, pues, la frase que el cambio inventó: ¡Los cambios con tortas son buenos!

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