El destino es una elección

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Estaba en su hogar, por fin.

Pero sabía que era una ilusión, tenía que serlo si en el cuarto se encontraba su abuela, tarareando con parsimonia. Ella se había ido de su vida hace dos años, cuando tenía ocho, y aún así…

—¿Abue?

Se acercó lentamente, tomando la mano de la mujer al recibir en respuesta una sonrisa.

—Ya te habías tardado en llegar, pequeña. No es algo que me alegre, claro. Hubiera deseado que este momento esperara más. 

 La voz de su abuela sonaba ligera, no con el pesar que le escuchó la última vez que la vio.

Ladeó la cabeza, pero se subió al regazo de la mujer, como acostumbrada, para oírla cantar. Ella la recibió en sus brazos y le acarició el cabello, lo que la sobresaltó. Se llevó las manos al cabello, explorando con curiosidad, haciendo que la mayor soltara una risita. Hacia tiempo que lo único que adornaba su cabeza era un gorrito de lana, por eso se hallaba confundida. No se acordaba de su cabello desde que empezó a quedarse a dormir en el hospital.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó sintiéndose con energía y no cansada, como acostumbraba.

—Has venido al palacio de los sueños para elegir. Ya has peleado por mucho tiempo, mi niña. Ahora decidirás si quieres seguir haciéndolo o si prefieres ir conmigo y por fin descansar — dijo alzando un dedo al frente.

La niña siguió la dirección que apuntaba su abuela. Había estado tan inmersa en ella que no notó las dos puertas abiertas a sus espaldas.

Una mostraba el hospital, tan familiar como la casa en la que se encontraban. En ella se podía observar a sí misma durmiendo, paliducha y delgada, y a su lado, sus padres mirándola. Pero la otra puerta mostraba solo luz. Una luminosidad que la llamaba, con promesa de paz.

Dos caminos.

La niña volvió a mirar a la mujer, que ya le regresaba la mirada con cariño.

—¿Qué debo de hacer?

—La respuesta la tienes tú, aquí  —dijo y tocó el pecho de la niña, del lado donde se encontraba su corazón—. Cualquiera que sea tu elección, serás recibida con mucho amor. Hay cosas maravillosas que te esperan en ambos destinos. Es tiempo. Ve.

Ella se quedó observándola y luego miró a las puertas. Bajó del regazo de la mujer, admirando ambas opciones. La agradable luz y después la presencia de sus padres. 

Y avanzó hasta perderse en el marco de una puerta, sonriendo.

—Hasta luego, abue.

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