Caminos

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¿Qué camino me das, vida?

¿Qué camino he de tomar?

De tantos que hay,

de tantos que existen,

incluso sin rumbo fijo.

 

De los que muestras,

cuántos son los que miro,

porque ciegos como somos

y sordos como existimos

no dan noticia 

en nuestra existencia sórdida. 

 

Dame, aun así, el camino,

muéstramelo.

Ya sea el de la perdición

en tus lagunas de adviento,

o el de la gloria

en tus montañas de prometedoras

esperanzas sin final.

 

Dame un camino,

te lo imploro, te lo ruego, te lo pido.

Sin él estoy perdido,

sin él, para siempre, me aflijo.

Porque mi vida está perdida en sí misma.

 

Muéstrame un camino, el correcto,

que me abra los ojos al mundo,

a la inmensa vanidad de la existencia,

a la interminable levedad del ser.

 

Muéstramelo, aquél

que destruya el devenir de todos mis males,

que destruya las ineluctables otredades de mi vida,

del vivir y del morir.

 

Muéstrame ese camino,

ponme en él:

fuera de eufemismos, 

de divagaciones,

de los pensamientos,

los inmundos pensamientos,

de una mente rota,

de un alma enferma,

de un ser quebrado.

 

Muéstrame un solo camino

de todos los posibles,

de los que guardas en tu acervo

y das a la cara de la verdad. 

 

Muéstrame uno

que me haga avanzar en la gloria con penumbra,

que me guíe a un rumbo de felicidad lóbrega,

que me ayude a recomponer la pereza del alma.

 

Muéstrame un camino,

de todos los caminos posibles,

que vaya a aquí o a allá,

que me quite la pena de naufragio

y me dé dónde descansar.

Ponme

en el camino.

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