Respuesta inválida

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Mi primer ojo lo puse en estudiar medicina, toda la infancia me sentí atraída por el morbo que causa el cuerpo humano y la explicación sobre su funcionamiento. Los factores se sumaron hasta cambiar mi opinión. Terminé apostando por el lenguaje y escogí una carrera enfocada en el estudio de la lengua francesa. Después de mucho tiempo terminé las materias. Acto seguido, apareció en la boca de las personas a mi alrededor la pregunta del millón: «¿y hora?». Y hora ni orar es suficiente para volver a los dieciocho años y cambiar el camino o mi decisión. 

Mis respuestas son dos. Si me agarran de buenas y con ánimo de defender mi convicción digo: «escribir». Pregunta siguiente: «¿Escribir qué?». La siguiente respuesta es la divertida, pues todos esperan que uno escriba novelas o algo más largo; por lo menos ahí la vida parece más rentable: «escribir poesía». Inevitablemente aparecen unos ojos que denotan una mezcla entre compasión y preocupación. Segunda respuesta posible: «No sé». 

A alguien se le olvidó pasarme el mapa de la vida, y para colmo, agregando ingredientes a mi dispersión, mis padres me metieron a una escuela Montessori que terminó de labrar en mi esencia las texturas de la libertad. La teoría es fácil: Nacer, crecer, reproducirse y morir. ¿Cuál es el camino correcto a la muerte? ¿A caso San Pedro hará un checklist con los esquemas sociales que cumplimos para evaluar nuestra entrada al cielo? ¿Quién nos habla de todo lo que pasa en medio? ¿Es necesario trabajar cuarenta años en una oficina para pagar una casa, porque es una forma de sentirnos seguros? 

El follaje que nos ha creado la sociedad para rellenar nuestras vidas está marchito, café, no brilla. Sólo sirve para hacer un bulto que complazca a los demás. A mí me gustaría sustituirlo por hojas que tengan aroma, semillas que después florezcan, recuerdos que creen los desniveles en donde pueda sentirme cómoda en lugar de segura. 

Para Nietzsche había un requisito para llegar a ser una persona: la libertad. Tenemos la libertad para elegir caminos distintos todos los días, incluso podríamos elegir la muerte. Pero lo que no tenemos es la convicción de entregarnos a lo nuevo y desconocido, es más cómodo cortar sobre el mismo patrón, vivir bajo protocolos que no nos exijan justificar las diferencias. Aunque, ojo, siempre está la exigencia de buscar o simular la felicidad. 

En una película que vi hace poco encontré una resolución simple que significó para mí incluso un estado aspiracional: «no deberíamos de estar cómodos antes de alcanzar un punto en el que amemos la vida tal y como es». Los tiempos del amor y lo que signifique la comodidad ya es una reflexión que dejo abierta para cada lector. 

Sin duda, aunque hubiera estudiado medicina y la respuesta al «¿Y ahora?» fuera más evidente, creo que no bastaría para pagar mi comodidad.

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