Me dicen que soy demasiado joven.
Joven para debatir.
Joven para preocuparme.
Joven para escribir.
Joven para estresarme.
Joven para no ser feliz.
Me dicen que todavía tengo tiempo para pensar las cosas.
¿Qué tiempo?, me pregunto yo.
¿Acaso aún hay tiempo en este mundo que se acaba?
Veo las noticias y me preocupo,
veo a mi alrededor y me preocupo.
¿Cómo no me preocuparía?
¿Cómo los demás ven lo mismo y siguen con sus vidas?
“¡Ay! Estas nuevas generaciones y sus dilemas existenciales”,
son las cosas que escucho en mis reuniones familiares.
“¡Generación de cristal!”, nos dicen por la calle
y yo me quedo callada sin hacer nada.
Todo esto me hace pensar y divagar en un loop interminable.
“¿Qué será de mi vida?”, suelo preguntarme.
¿Seré feliz?
¿Seré alguien importante?
¿Seré lo que yo verdaderamente quiero ser?
¿Qué quiero ser?
Muchos hablan de la vida como si fuera un camino que todos recorremos,
pero lo que no nos dicen es que este camino serpentea,
gira, o hasta va en línea recta por varios kilómetros.
También puede ser ancho, angosto y hasta puede dejarte al borde del precipicio,
pero ahí estamos, caminando, trotando y corriendo,
todos a nuestro propio ritmo, siguiendo nuestro sendero.
Entonces, ¿para qué tomar en cuenta a los demás si es nuestro camino?
Nuestra propia historia,
nuestro propio libro
en donde nosotros somos los escritores y decidimos.
¿A dónde quiero ir? No lo sé, pero de algo estoy segura.
El tiempo es preciado y no dejaré que el presente se me escape de las manos.
Viviré a mi manera y disfrutaré del camino.
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