Agujero de Conejo

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De cabeza, suspendido en un aro de neón brillante, Chesire giró mientras observaba las luces de colores que bañaban los pasillos de entrada al escenario principal de “The rabitt hole”.

El aro giró sobre sí mismo y hubo una exclamación colectiva cuando se dejó caer de modo gracioso, ondeando el cuello y la cintura para sostenerse con su pierna doblada contra sí misma.

En la entrada principal, Alice se deslizó con curiosidad al local.

Su sonrisa se amplió, hubo un destello de rosa eléctrico en sus ojos y su cola se hizo visible un segundo, como una sombra parpadeante contra la escenografía de su acto.

Dio un fuerte impulso al aro girando, girando, girando hasta que el entorno y la realidad no fueron más que un entretejido desvanecimiento de luz, colores y una cacofonía inconexa de ideas y sentimientos aleatorios, sin pies ni cabeza.

Oh, luego se detuvo y sonrió.

Saltó del aro y un ronroneo gracioso escapó de su pecho mientras se arrodillaba contra el pasillo que tenía el escenario y lo llevaba directamente hacia el público. Sus ojos siguieron al dulce, dulce Alice.

Era divertido de observar, porque sin importar el universo, ni todos los caminos posibles a transitar, la linda o a veces lindo Alice siempre terminaba caminando o corriendo, y en las líneas más extravagantes terminaba bailando su camino de regreso al país de las maravillas.

La música se detuvo, las luces bajaron y Chesire giró sobre sí mismo, su espalda descansó firme sobre el pasillo y luego se onduló, corcoveando un par de veces más contra el suelo, hasta que lo último que Alice vio fue sus ojos felinos destellando en rosa eléctrico y sus labios ensanchándose en una sonrisa de bienvenida, su lápiz labial violeta brillaba bajo la luz azul del local hasta fundirse en negro, con los aplausos del público como acompañamiento.

Y todo empezó de nuevo.

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