Desilusionados

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De día, de noche y, sobre todo, por las madrugadas, cuidaba que nadie fuera a robárselos. Desde muy niña, le habían contado historias de monstruos nocturnos que entraban a las habitaciones de los infantes y hurtaban los sueños. Adherían su boca como sanguijuelas a la frente de los pequeños y succionaban hasta la última gota de fantasías que la mente pudiera albergar. Cuando los niños despertaban, se encontraban con una vida sin deseos y esperanzas rotas. Alarmada, se mantenía a la defensiva. En el país en el que vivía, era notorio que aquellas criaturas iban ganando.

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