El sueño de una hormiga en la canícula

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Estoy acostumbrada a mirar al suelo sin parpadear. Nuestra visión no es tan precisa como la de las abejas, pero nuestras antenas nos guían a pulso de nido, es decir, rápido. Tenemos prohibido voltear la mirada al cielo y hurgar con nuestro pequeño cerebro los escondites de las mariposas. Debo regresar a la floresta, encontrar el eco de la marabunta y buscar en las migajas los signos que surcan la tierra. Sus ojos esmeriles aún me recuerdan un pasado remoto donde un aire llenaba de letras mi esqueleto.

Un nombre. Una vida sin colémbolos, casi insectos, casi polvo, un cuerpo minúsculo destilando en Sol. La abeja canta en La con 449 aleteadas. Aguzo más el oído y la miel le carga un Si en las entrañas. Este mismo sonido rebota en mi membrana torácica y un eco atraviesa mi cráneo. Me aproximo al mántido de la colonia para derrocarle y transformarme en la próxima Mantis atea. Nadie me creería: estoy en el pináculo de mi temporalidad animal, conduzco a las rivales hacia sus panales con mil toneladas de hiel morfina. Una competencia justa en un verano tan raquítico y poco productivo para mi grupo. ¿Un nombre? No, aún no llegamos a él. Primero es el nido de fresno y álamo. Una columna sería igual que inventar la palabra. Los humanos olvidan, las hormigas sabemos cómo dirigir la música sin suscitar grandes mareas. No conozco el mar. Somos de fuego, algunas son salivantes de trigo y avena cruda, lo que nos calma la guerra, conduciéndonos por el camino de la perfección. Ese es el nombre. No es mío, es nuestro. Es un nombre díptero, medio contagioso como cualquier chisme de moscas, sin embargo, nosotras lo operamos. 

 

En la perfección

no existen soledades;

cantan soldados

el rocío de paz,

vapor amargo

que disiparán.

 

En este surco no se olfatean preguntas, por lo tanto, no se toca ninguna respuesta. El mántido antecesor nos humillaba dividiéndonos la cabeza. Somos todo el cuerpo. Un nombre que apunta a los sentimientos flamígeros en lugar de las emociones fugaces. La única fugacidad que advierte nuestras antenas, estos brazos frágiles, está en las plantas. Las orquídeas, las gramíneas, las suculentas y las palmas datileras nos rodean un instante y al siguiente ocurre un incendio. Se acercan las hormigas de fuego, las bomberas, las corágines mordiendo el sueño de la avispa, chamuscando el vuelo de los mosquitos, escribiendo una y otra vez: 

 

Atenta, la sal

es poblado en la sangre,

antena firme,

explora la muerte

siempre en otro lugar.

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