Lado contrario

pexels-jen-2203416-scaled-thegem-blog-default

El reloj suena a las 4 a.m. Abres un ojo, el otro no quiere. El cuerpo reclama cinco minutos más, pero tú sabes que no serán cinco minutos. El baño es un antídoto a medias del estado zombie. El viento frío que transita en la parada del camión y el pavor al trayecto terminan por convertirte en humana. Te subes al camión. Pagas quince pesos. Calle, puente, canal, vías del tren, Ecatepec, Estado de México, zona fronteriza, zona peligrosa, m-i-e-d-o. Por mala suerte, el miedo se personifica. Se suben tres sujetos, uno se va al final, otro se queda en medio y el último le dice al chofer «cierra las puertas». Fija el arma en un punto ciego, puede ser cualquiera, «cámara mi gente, ya se la saben». 

Se hiela el cuerpo.

Todos sacan sus celulares. Tú no sabes qué hacer. ¿Y si te quitan la mochila?, ¿y si hoy no llegas a clase? «Te lo ganaste, te vamos a bolsear», sientes el arma en la nuca. Te tocan con intenciones de no solo buscar tus pertenencias… primero los pechos, luego la cintura, la cadera; sacan tu monedero, tu celular; por si acaso,  abren tu mochila; la avientan al suelo, te avientan a ti; te acomodas en el asiento… Por fin se bajan. 

Ya en la Ciudad. El miedo permea en los cuchicheos. Sientes la lástima de veinte pares de ojos. Bajas del camión sin saber cómo entrar al metro. Te distraen los puestos, las luces, el Cablebús, la marginal periferia. «¡Cubrebocas kaenenoventaycinco, churros tres por diez, tres yogures diez!» Los olores hablan por sí mismos: tacos, tortas, carnitas, jugo de naranja, donas. Desciendes, aún tu cuerpo no te pertenece, todavía lo tienen esas manos lascivas. Llegas a los torniquetes, «toma mija, te paso, gracias a dios no te lastimaron», te pone un billete de veinte pesos en la mano. Reptil naranja que se desliza de extremo a extremo. Tlatelolco, Guerrero, Etiopía, Zapata, Copilco. Emerges, por fin tu cuerpo es tuyo, con sensaciones desagradables, pero al fin tuyo. No sabes la hora porque no tienes celular. Caminas, la luna está brillante, menguante, cuna perfecta. Entras a la universidad, ves los cerros aledaños, las estrellas están por despedirse, los colores empiezan a despertar, rojo, ocre, dorado, murales, Francisco Eppens, O’Gorman. 

El paisaje que ahora disfrutan tus sentidos banaliza el riesgo del desplazamiento contrario del lugar de origen.

22

Dejar un comentario

X