A través de mi desventura eterna, me fugo

black-gdf53e1b84_1920-thegem-blog-default

“Los seres humanos en ocasiones comentan que no es necesario visitar lugares muy lejanos para ser felices; la felicidad se encuentra con las personas que hacen que los días sean extraordinarios, únicos, vitales; nos permiten continuar con el tortuoso viaje de la vida. No importa el lugar sino la persona, es decir, nuestro acompañamiento.” 

Soy Leonard Addison tengo 78 años y hace mucho tiempo que no estoy de acuerdo con esta afirmación. Cuando cumplí 21 años tenía un sueño (cada persona sueña con algo que lo reconforta y lo hace feliz, y trabaja hasta cumplirlo) poder viajar a Luxemburgo, caminar por sus calles y visitar los lugares más icónicos con esa persona, bailar para recordarlo todo y nunca olvidar. Después, vivir con la persona que amaba y hacer nuestros sueños tangibles. Todo en mi mente era perfecto como un baile de salón en un castillo del siglo XVIII: todo es armónico, nada lo interrumpe, se mantiene el recuerdo. 

La persona a la que amaba estudiaba en Alemania, diseñaba proyectos ecológicos muy importantes; esto me permitió pensar en un nuevo proyecto que podía realizarse en Bélgica. Mediante una plataforma pude comunicarme con dicha persona, él presentó un gran interés en el proyecto y comenzamos a elaborarlo. Días antes de nuestra conferencia en Bélgica vi en las noticias que la persona y su mejor amiga estaban presentando nuestro proyecto al presidente de este país. Era imposible lo que veía, me sentía destrozado, mi oportunidad para ser feliz se había hecho humo. Apagué el televisor y lloré.

Me obligué a nunca amar ni confiar en los humanos. No volví a viajar jamás. Siempre estuve forzado a soportar la existencia de las personas que me hicieron daño, a vivir en este mismo lugar. Jamás toleré a los habitantes de mi ciudad, pero tampoco me fui.   

La persona a la que amé ahora es líder de una compañía ecológica, la más importante y millonaria del mundo; yo… sólo soy un objeto biodegradable. Incluso personas que pensé que se quedarían, se fueron más rápido que yo e hicieron realidad sus sueños. Ahora espero el inminente final, solo. Nunca me casé, no tuve hijos ni una mascota. En mi mente pasan los recuerdos de aquel “baile” en el salón, los dos bailando y disfrutando de la música o de un día soleado por Bélgica, sonriendo y siendo felices.

Ya no hay dudas, el recuerdo de la persona que amé es mi única compañía. A través de la ciudad, me eclipso.

1
X