La melancólica fantasía de hallar al chico triste que te hacía feliz

pexels-monstera-7691227-scaled-thegem-blog-default

I

—¿Qué es lo que pretendes con un empleo tan absurdo? —preguntó la madre de Brenda a la mitad de la cena, azotando la taza con café mientras ambas se hallaban sentadas alrededor de una canasta llena de pan dulce.

—Ya lo sabes, má. Quiero juntar plata para hacer la máster en Madrid.

—¡Soy tu madre, a mí no puedes engañarme! Por favor, dime que no estás…

II

Desde las vacaciones de invierno Brenda trabaja vendiendo consuelos.

La idea se le ocurrió cuando su amiga, luego de llorar desconsolada en sus brazos, le regaló unas pecositas rojas. Brenda entendió dos cosas: que era buena consolando y que podía sacarle provecho.

Se instaló en el patio trasero de su universidad. Pegó carteles en los baños, en los tablones de anuncios y en las estaciones del subterráneo aledañas. Su intuición y experiencia le dictaban que un sitio como ese estaría lleno de personas necesitadas de apapachos. Y no se equivocó: desde su primer día tuvo que despachar a una fila descomunal de personas. La Academia es un lugar deprimente; ¡cuna de distimia!, pensó Brenda al final del día.

Las intenciones ocultas en su nueva profesión no fueron inmediatas, se develaron progresivamente.

Un día, al terminar con su jornada de apapachos le llegaron, como deseos inadvertidos y bien sepultados detrás de lo consciente, las ganas de encontrar a su chico triste al final de la fila. Y desde esa tarde le fue imposible desapegarse de aquella ilusión. ¿Te encontraré al final?, se preguntaba cada día.

La madre de Brenda advirtió el peligro cuando, en lugar de contar las jugosas ganancias del día, su hija llegaba a dormir con aires desolados. 

—Tu chico triste es dañino —sentenció la madre en alguna pretérita noche de Halloween—. Piénsalo, querida: llora a la menor provocación, está ojeroso, es incapaz de disfrutar las fiestas, ve la vida con negatividad, solo escucha indie rock y su manga izquierda siempre esta manchada de carmín.

Al final, siguiendo las órdenes de su madre, Brenda dejó a su chico triste llorando en una estación del subte. Él la llamaba y le escribía, pero ella lo ignoró, no sin dejar de extrañarlo; aún quería besar su taciturna faz y abrazar su gélido esqueleto.

III

Aún hoy, si caminas por el patio trasero de la Universidad, verás a Brenda vendiendo sus apapachos detrás de una fila interminable. Dicen que ahora ella se ve triste a causa de absorber los males de su clientela, pero es una falsa creencia. Brenda luce así porque sigue a la espera de encontrarse a su chico triste al final de la fila.

7

Dejar un comentario

X