
Se levantaba todos los días puntual, a las seis de la mañana, se metía a la ducha, se vestía con un mismo traje los lunes y miércoles, y los martes y jueves con uno distinto; los viernes se quedaba en pijama porque no iba a la oficina, dormía hasta más tarde, a las siete o un poco más. Preparaba el desayuno, casi siempre huevo con algo más y servía una taza de café con un sobre de azúcar. Los viernes salía por las tardes a algún bar y se quedaba hasta entrada la madrugada. Ahí conoció a una chica muy guapa, se enviaron mensajes, quedaron algunos fines, hicieron el amor y después se casaron. Viajaron durante algunos años, luego tuvieron un hijo. El kindergarten, la primaria, secundaria, preparatoria y después estudió Derecho. Se marchó de la casa y se fue a vivir a otra ciudad.
A la partida del hijo le sucedieron, con una rapidez agobiante, la jubilación, los descubrimientos del mutuo engaño, el divorcio, los pleitos por la separación, el cambio de casa a algo más humilde. Después se dedicó a asistir a los clubs de viejos, a jugar cartas, a los grupos turísticos, a acercarse a Dios en el momento cercano al final. Intentó escribir un libro de memorias.
Una mañana de febrero ocurrió el primer infarto. Lo llevaron de emergencia al hospital y estuvo en terapia durante tres días, luego el médico le dijo que iba a estar bien, pero tenía que comer mejor y cuidar su peso.
El segundo infarto fue cerebral. Los vecinos lo encontraron desvanecido en la puerta de su casa, temblando. Cuando despertó en el hospital no podía mover la mano izquierda y balbuceaba guturales que incomodaban a las enfermeras cuando quería hablar. En las imágenes que recordó del final vio a su hijo y a su esposa, y a un niño pequeño que supuso era su nieto. Vio a su exesposa e imaginó, aunque podría estar equivocado, que lloraba.
Un día (ya no sabía cuál), despertó con una sensación incómoda en el pecho. No era el ardor de otro infarto, más bien sentía que le habían quitado algo, como si le hubieran arrancado de un golpe todas las vísceras y ahora fuera una caja hueca. ¿De esto se trató todo?, se preguntó. Vio una sucesión de luces serpenteantes en las paredes de la habitación, extendió la mano hacia el cielo y murió.